Una mañana, Irene se despertó con mucha confusión. Se sentía mareada y con un dolor inmenso de cabeza. Normalmente le costaba mucho moverse con agilidad a sus 86 años, pero de repente sintió como si su cuerpo fuera tan ligero como una pluma y se recostó en la cama.
Miró al espejo que tiene en su buró y se llevó una enorme sorpresa: No solo vió a una mujer joven y hermosa en el reflejo, sino que esa mujer era nada más y nada menos que su nieta Carol, de 21 años. No había duda: su rostro refinado, su piel sin ninguna arruga, sus ojos claros y ese cabello rebelde que constantemente era motivo de quejas por parte de Gaby, la madre de Carol e hija de Irene. Pues la joven siempre lo tenía suelto y no le gustaba peinarse a menos que se tratara de alguna ocasión especial.
Pero eso no era todo. Al levantarse pudo notar como no solo tenía el rostro sino también su cuerpo entero. Ese cuerpo esbelto y cuidado por su nieta, ahora le pertenecía y no sabía qué era lo que estaba ocurriendo. Ella aun estaba en su habitación de siempre, con su vieja cama, su tocador y su pijama que ahora lucía anticuada con su nueva imagen.
Corrió hacia el baño, con una velocidad que hace décadas no tenía, y empezó a palparse el rostro y el cuello.
- "Esto debe ser un sueño o una pesadilla, ¿por qué me veo como Carolsita?" - Ella se decía a sí misma. Luego con las manos un poco temblorosas comenzó a palmar más abajo, hasta llegar a los pechos, palpándolos con temor, como si estuviera haciendo algo prohibido y la fueran a atrapar. Ella sintió un par de pechos firmes y unos pezones que se erizaron y empezaban a marcarse por debajo de la pijama.
Ella soltó un ligero gemido pero instantáneamente quitó sus manos de ahí. En el fondo había disfrutado la sensación pero sentía una culpa al mismo tiempo, incluso se dijo a sí misma que eso era pecado y seguro era un sueño provocado por el diablo o algo.
Aun incrédula de lo que pasaba, regresó a su cama y se acostó intentado dormir nuevamente, para ver si así despertaba o al menos soñaba algo diferente, pero por más que cerraba sus ojos no lograba nada. Se sentó en la orilla de la cama, mirando aun su reflejo.
- "No entiendo, ¿por qué estaré soñando con mi nietecita? ¿Es alguna señal? Espero que ella esté bien, tal vez esté en peligro, en cuanto despierte tengo que llamarle".
Intentó otros métodos: Pellizcarse, aguantar la respiración, golpearse el dedo chiquito del pie, echarse agua e incluso echarse de espaldas para generar la sensación de caída. Pero nada funcionaba. Ella seguía ahí, con el joven cuerpo de Carol.
Harta de lo lograr nada, ella se resignó. - "Bien, al menos aprovecharé este sueño".
Se dirigió a su closet y miró a la ropa que tenía, eligió un par de vestidos y se dirigió al baño para cambiarse. Se tapó los ojos al quitarse la pijama, pues aunque fuera un sueño, aun sentía culpa de mirar el cuerpo de su nieta desnudo. Luego dándole la espalda al espejo se colocó el primer vestido, uno con encajes y un corte muy conservador que cubría casi por completo su cuerpo. Ella se dio la vuelta para mirarse, con una sonrisa que pronto se desvaneció al ver la realidad. Aunque ese vestido lo tenía desde que tenía la edad de Carol y era de sus favoritos, ahora se veía anticuada, ese vestido no era en absoluto un estilo que favoreciera la apariencia que ahora tenía. En verdad parecía una anciana, aunque realmente lo era por dentro.
Rápidamente se cambió por otro vestido, uno más relajado con un corte distinto que tenía un escote muy leve. Su expresión comenzó a alegrarse, le gustaba lo que veía.
Carol es una mujer que siempre se ha cuidado y ha mantenido una figura esbelta aunque tampoco algo sobresaliente, ella no suele hacer ejercicio, pero sí se alimenta de forma sana. Aun a pesar de su figura esbelta, ella suele vestir con blusas oversize y nunca arreglar su cabello. Ahora esa figura estaba siendo vista de primera mano por su abuela Irene, quien asombrada por lo bien que lucía decidió ir a su closet y buscar en lo más profundo un vestido que tenía guardado desde hacía tantos años, un vestido especial para ella. Uno que utilizó en su juventud cuando tenía una figura similar a la de su nieta.
De inmediato se quitó el vestido que tenía, esta vez por la emoción no se tapó los ojos, por lo que por primera vez observó el cuerpo de Carol completamente desnudo en el espejo. Esto la asustó y se tapó la boca por instinto ante el shock. Intentó contenerse pero fue inútil, por instinto llevó la mano que tenía libre hacia uno de sus pechos, apretándolo con firmeza y sintiendo un cosquilleo por todo el cuerpo. Una sensación que momentos atrás comenzó a tener pero se había negado, ahora se estaba apoderando de ella poco a poco. Sintió como sus pezones comenzaron a erizarse y endurecerse nuevamente, y esta vez en lugar de alejar la mirada, la mantuvo firme, observando cada parte y sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante tal estímulo.
Ella continuó apretando con su mano, sintiendo la firmeza de sus pechos jóvenes, y de manera casi automática llevó la mano con la que tapaba su boca a su entrepierna, sintiendo una humedad cálida. Ella abrió los ojos del placer instantáneo y también por la sorpresa de tener una vagina depilada.
- "¡Dios santo!" - Ella dijo con una voz suave, casi susurrada. - "No recuerdo la última vez que sentí así de rico" - Tras sentir la humedad su siguiente movimiento fue apretar con sus dedos, sintiendo ahora una explosión que la hizo soltar un gemido y recargarse en el espejo, teniendo ahora su reflejo cara a cara. En medio del éxtasis ella cerró los ojos y besó su reflejo.
Después de unos segundos, ella abrió los ojos y trató de entrar en razón. Se alejó del espejo y se vio de cuerpo completo en el espejo, tapándose los pechos y la vagina.
- "No, no, no. Dios mío esto no puede estar pasando, ¿qué estoy haciendo?" - Ella decía con la respiración agitada. La humedad aun se podía sentir en la entrepierna pero trataba de ignorarla. Ella sentía culpa por lo que estaba haciendo. Sea un sueño o no, ella era una mujer íntegra y sentía que estaba profanando el cuerpo de su nieta, además de ser una mujer súmamente religiosa, lo cual hacía que también se sintiera como una pecadora al darse autoplacer, razón por la que esta sensación era tan sorprendente para ella. Toda la vida creció como una mujer conservadora que debía dedicarse al hogar y el placer era solamente cuando su marido quisiese, pero ahora siendo una viuda desde hace más de 10 años, el placer era algo que había desaparecido de su vida.
Tras un momento ella se recompuso y se colocó el vestido que había buscado. Un vestido azul, ligero, con tirantes de encaje, un escote aun conservador pero que dejaba ver más que cualquier otro que ella tuviera. Un vestido que dejó de usar cuando se casó en su juventud, que le recordaba a sus días de soltera.
El vestido se ajustó a la perfección con su cuerpo, el azul combinaba con sus ojos y el corte parecía que hubiese sido diseñado para el cuerpo de Carol.
Irene sonrío de oreja a oreja, por unos segundos comenzó a fantasear, recordando su juventud, en donde usaba ese vestido para salir a caminar por el parque, recibiendo cumplidos y elogios por parte de jóvenes apuestos. Una mujer sumamente atractiva y apuesta que estaba oculta debajo de esa piel arrugada y décadas de un matrimonio machista y conservador. Ella sentía que algo por dentro estaba cambiando. De repente no se sentía atada a sus tradiciones de siempre, era como si su mente se estuviera liberando poco a poco. Se miró al espejo, admirando como el cuerpo de su sobrina y su vestido eran una combinación perfecta.
Entonces un pensamiento más pasó por su mente:
"¿Y si esto no es un sueño? ¿Y si realmente estoy en el cuerpo de Carol? ¿Ahora ella está en mi cuerpo? ¿Estará en su casa con mi cuerpo? Quizás deba visitarla..."
Irene salió de casa y comenzó a caminar por las calles de alrededor. Se dio cuenta de lo mucho que todo había cambiado en los últimos años, pues aunque ella disfrutaba de dar paseos por el parque, su edad y enfermedades habían impedido que tuviera actividad física y por lo tanto estuviera mucho tiempo encerrada, viendo la vida pasar desde la ventana.
Algunas casas en donde vivían antiguos amigos ya habían sido derribadas para dar lugar a negocios nuevos: tiendas, cafeterías, zapaterías, entre otros. Ella sintió un tono de melancolía al ver cómo la ciudad había cambiado. Parecía una ciudad extraña, la cual iba acorde a cómo ella se sentía consigo misma.
Al pasar las calles, también percibía las miradas de las personas, en especial de los hombres que ella consideraba "jóvenes", aunque en realidad eran de la misma edad que Carol o solo un par de años mayores. Incluso recibió un par de guiños, lo cual la hizo sonrojarse y sonreír de una manera discreta pero coqueta.
Ella siguió su camino, intentando recordar cómo llegar hasta la casa de su nieta, pues las pocas veces que ha ido siempre había sido como pasajera en automóvil, pero ahora debía limitarse a caminar pues no contaba con dinero para un taxi y su teléfono era uno que solamente recibía llamadas, sin acceso a internet o cualquier app.
Lo que sí recordaba es que no era tan lejano, pues el trayecto en automóvil no era más largo de 5 minutos, además de que también recordaba una cafetería que estaba justo a la vuelta, en donde vendían un pan que ella amaba pero no había podido comer desde que desarrolló la diabetes hace unos años. Por ese mismo motivo, en cuanto vio la panadería, no dudo en entrar y pedir uno de esos. En cuanto le iba a dar la primera mordida, recordó que no llevaba dinero consigo así que lo quiso devolver, pero el panadero le dijo que por esta vez sería cortesía de la casa, pues "Carol siempre ha sido una gran clienta", además de elogiar su vestido "vintage".
Ella sonrió y agradeció, terminándose el postre en un par de bocados. El sabor tan dulce se sentía potenciado con las glándulas jóvenes que ahora tenía. Era más delicioso de lo que ella podía recordar. Por unos segundos sentía que flotaba por el aire y luego regresó en sí, para agradecer nuevamente al panadero y salir en busca de su nieta.
Al llegar a la casa, ella estuvo tocando a la puerta por más de 5 minutos pero no tenía respuesta. Ella se preocupó pensando que podría haberle pasado algo, así que acechó por las ventanas pero no veía a nadie por dentro. De reojo miró que una de las ventanas estaba ligeramente abierta, y aprovechando su agilidad estiró el brazo para alcanzar a quitar el seguro y luego pasar su brazo por detrás y así abrir una puerta lateral.
Al ingresar a la casa, todo estaba en silencio, ella caminaba con precaución y temor por los pasillos, esperando encontrar bien a su nieta. Llegó a la habitación pero no vio a nadie, luego pasó por el baño pero también estaba vacío. En las paredes habían cuadros con fotos familiares: Fotos con Carol e Irene, Carol con sus padres, y Carol con amigas suyas. Ella apreciaba las fotos, mirando cómo ahora el rostro de su nieta se reflejaba en el vidrio por encima de una foto con su rostro original.
De repente, el momento se vio interrumpido con el ruido de una taza rompiéndose en la sala. Ella brincó del susto, dejó la foto en su lugar y corrió a ver lo que estaba ocurriendo. Se llevó un susto aun mayor con la imagen que vio en ese momento.
Se trataba de su viejo cuerpo, sentado en un sillón, con una mirada perdida y triste, con los ojos hinchados y resecos como si hubiese estado llorando en las últimas horas.
- "¿Ca-Carol?" - Irene preguntó con la voz temblorosa.
La anciana volteó lentamente la mirada hasta mirarla de frente, abrió los ojos y su mirada se iluminó como si hubiese visto un fantasma.
- "¿Qué está pasando?" - La anciana preguntó con una voz débil, mientras apretaba las manos de forma ansiosa.
Irene se acercó a ella. Se arrodilló para sujetar sus manos y hablarle de cerca.
- "Hija, ¿eres tú? Por favor dime que eres Carol" - Preguntó.
- "¿Qué está pasando? ¿Qué haces aquí?" - Respondió con la voz aun temblorosa, incluso sonando como un reclamo.
- "No lo sé, pero hoy cuando desperté me veía... pues así, como tú" - Irene le dijo mientras señalaba su cuerpo. La otra mujer mayor la miraba e intentaba hablar pero se veía débil, así que corrió a servirle un vaso de agua.
- "Gracias" - La mujer dijo mientras tomaba un sorbo del agua - "En verdad no sé qué está pasando... ¿abuela?" - La mujer continuó, como si de repente hubiese reaccionado a lo que veía - "¿de verdad eres tú? ¿por qué estamos en el cuerpo de la otra?" - Siguió hablando, con un tono más extrañado que antes, como si de repente hubiera sentido una gran confusión, o al menos eso parecía.
- "No lo sé, hija, en verdad que no lo sé". Irene se levantó y caminaba por la sala, tratando de pensar en qué estaría sucediendo. - "¿Alguien más sabe de esto?" - Le preguntó a su nieta.
- "No, con trabajo he podido tan siquiera caminar y respirar al mismo tiempo. Me siento tan inútil... sin ofender, abue".
- "Descuida, créeme que te entiendo perfecto" Irene respondió - "Además... siento que esto es un sueño, ¿sabes? Por más real que esto se sienta... no es posible".
- "O más bien una pesadilla" - Carol interrumpió mientras se levantaba con mucho trabajo.
Irene caminó hacia ella, para ayudarla a ponerse de pie. Ambas mujeres estaban sumamente confusas y sin entender lo que estaba ocurriendo. Incluso Irene ya comenzaba a creer que realmente no era un sueño.
- "Escúchame, hija, no sé qué esté pasando pero vamos a solucionarlo, ¿ok?" - Irene le dijo tranquilizándola.
- "Sí, abue, como tú digas, es solo que tengo miedo" - Carol respondió mientras bajaba la mirada.
Aunque Irene deseaba que esto termine pronto por el dolor de ver a su nieta en esa situación, no podía negar que por dentro también tenía deseos de mantenerse joven, en especial porque aun no podía dejar de pensar en ese momento íntimo que vivió en el baño.
- "Por cierto, abue, ¿qué es eso que llevas puesto?" - Carol cuestionó sobre el vestido.
- "¿Qué tiene? Oh bueno, es un viejo vestido... no pude evitar usarlo, ¿sabes? lo usaba cuando tenía tu edad" - Irene contestó con una sonrisa.
- "Es muy lindo... la verdad no suelo usar vestidos pero te ves muy hermosa... no pensé que me viera así de linda, mi cuerpo te queda bien" - Carol dijo con una ligera sonrisa.
- "Es porque tu madre siempre te dice que te arregles, al menos tu cabello. ¿Ya ves cuánto cambia tu imagen con algo tan sencillo?" - Irene le dijo como un reclamo irónico. Ambas mujeres solamente soltaron una risa para liberar un poco la tensión que estaban viviendo.
- "Mi madre, ¡es verdad!, hoy quedé de ir a visitarla... no puedo ir así" - Carol dijo asustada - "¿qué haremos? ¡Deberíamos decirle!"
- "No, hija. ¿Acaso crees que ella nos crea? Descuida, creo que podemos arreglárnosla"
- "Bueno, pero debemos hacer algo, no podemos ir así como así".
Las mujeres se metieron al cuarto de Carol, en donde ambas se ayudaron mutuamente a maquillarse y arreglarse para lucir lo más parecido posible a cómo deberían lucir. Carol le pidió cambiar el vestido por una de sus blusas oversize pero Irene se negó al inicio, aunque luego de varios intentos accedió a cambiar el vestido por una blusa de un color similar. Luego de eso, la anciana buscó entre la ropa más rebuscada del closet de Carol y encontró varias opciones de ropa para su nieta. Aunque ninguna era de su gusto y por eso las tenía guardadas, terminó accediendo a probarse un par de blusas, por lo que fue al baño mientras Irene se quedó buscando en el closet, en donde al mover un pantalón, cayó una libreta que tenía una pluma por dentro.
Irene abrió la libreta, era una especie de diario en donde encontró apuntes de Carol. Le sorprendió leer que su nieta tenía pensamientos negativos sobre sí misma, como odiar su apariencia y no sentirse merecedora de la vida que tenía. Al pasar las hojas comenzó a sentir una angustia al ver símbolos extraños que le parecieron satánicos al contener pentagramas y otros símbolos místicos.
Su angustia creció cuando en una de las hojas alcanzó a leer algo sobre una reunión que debió ser la noche anterior. Sin embargo justo en ese momento su nieta salió del baño con la ropa que habían elegido. Irene decidió no decir nada y simplemente guardó la libreta nuevamente en el closet, debajo de un cerro de ropa.
- "Bueno, abuela, ¿estás lista? porque yo no"- Carol dijo con una sonrisa ansiosa.
- "Sí, hija... aunque ahora debes llamarme Carol, o hija, o bueno ya sabes".
- "Tienes razón, Carolsita... vaya eso fue raro".
Las dos mujeres salieron a la calle, en donde Carol usó su celular con sus nuevas manos arrugadas para pedir un Uber. El brillo de la pantalla ahora le resultaba molesto con su vista pero logró pedir el viaje sin mayor problema.